La iglesia de Sant Agustí, 200 años de historia y vicisitudes
La iglesia de Sant Agustí cumple en 2019 doscientos años de historia. Una historia llena de avatares y vicisitudes que se remontan a 1788, año en que se colocó la primera piedra, y que, a modo de primera curiosidad, se ubicó en un lugar distinto al que ocupa actualmente el templo.
Su construcción fue motivada por la decisión del primer obispo de Ibiza y Formentera, Manuel Abad y Lasierra, de crear una parroquia entre las ya existentes de Sant Josep de Sa Talaia y Sant Antoni de Portmany, que ocuparía una extensión de 35 km². Corría el año 1785 y el obispo escogió unos terrenos de Can Pere Rafal, en el Racó de s’Alqueria, para iniciar las obras. Esta decisión motivó el primero de los muchos y sonados desencuentros que jalonaron la historia de la iglesia. Los vecinos no estaban conformes con el emplazamiento escogido y solicitaron situar el nuevo templo en unos terrenos más céntricos.
Llegado el momento de iniciar los trabajos la aportación de mano de obra se transformó en un auténtico problema de orden público que acabó con vecinos encarcelados por negarse a participar en su construcción. Estaba recogido como norma y como tradición que los futuros usuarios de cada parroquia debían hacerse cargo de su levantamiento. Y puesto que los vecinos del actual Sant Agustí participaron en la construcción de las iglesias de Sant Josep y las capillas de Sant Antoni anteriores a 1785, se dispuso que los feligreses de las parroquias ya erigidas participaran en los trabajos. Muchos se negaron aduciendo motivos varios como falta de tiempo a causa de su dedicación plena a las tareas de sus fincas. Posiblemente, y como apunta el historiador Joan Marí Cardona, esas negativas estaban más relacionadas por el rechazo de los vecinos a la ubicación primigenia del templo. Sea cual fuere el motivo, y ante la negativa a colaborar, muchos vecinos fueron conducidos a prisión, de la cual lograron salir tras recurrir a los servicios de un abogado. Pero las constantes apelaciones del letrado defensor -Francesc Tur Damià- también tuvieron consecuencias para éste, hasta el punto de que también fue encarcelado por poner en cuestión el proceder del gobernador.
Ya siendo obispo Eustaquio de Azara, se atendió el requerimiento popular y se optó por la actual ubicación, el denominado Puig des Vedrà, que hoy da nombre a la parroquia.
Pero ese no fue el único motivo de discordia ni el último dolor de cabeza para la autoridad eclesiástica y los vecinos implicados. El nuevo emplazamiento afectaba a dos fincas colindantes y las familias donantes exigieron que el templo se levantara en su parte de la propiedad. Puesto que la iglesia se hallaba cerca del grupo de casas vinculadas a esas familias, las de Can Curt y Can Berri -ambas con sus propias torres- se optó por una solución salomónica y se ocuparon a partes iguales ambos terrenos para levantar el templo. Y como gracia, se decidió orientar la fachada principal hacia las viviendas de los donantes, motivo por el cual la iglesia está encarada hacia al lado de tramontana, una disposición del todo atípica en las edificaciones religiosas de las Pitiusas.
Pero el proceloso devenir de la construcción continúa. Esa solución de compromiso acabó siendo fuente de nuevos problemas, esta vez de índole estructural. Al tener las dos partes de los terrenos características diferentes, una de suelos blandos y terrosos y otra de base rocosa, la consolidación del edificio adoleció desde sus comienzos de una evidente falta de estabilidad. Los sólidos muros de piedra, que se hallan desnudos a la vista, no encontraron una base fiable sobre la que ejercer la presión necesaria que asegurara la estabilidad arquitectónica.
De tal modo que, a los planos originales del ingeniero Pedro Grolliez de Servien de 1791, tuvieron que añadirse unos contramuros en el lado de poniente que, junto a unos tirantes internos añadidos en los años 60 del S XX, impiden que el templo se abra y se resquebraje. También figuraba un porche que no llegó a construirse, tal vez por falta de presupuesto o por el deseo de acabar unas obras que sufrieron continuos retrasos.
Por fin, en 1819, los trabajos, tanto del templo como de la gran casa consistorial anexa, se dieron por finalizados, formando una gran conjunto arquitectónico, pagado por los vecinos y levantado por los vecinos, que acapara todo el protagonismo de la plaza del pueblo.
El templo está formado por una sola nave de bóveda de cañón con 3 arcos de medio punto que dan paso a las 6 sencillas capillas laterales que, junto al altar y el presbiterio, completan el conjunto. Cuatro de ellas son sencillas, de pequeño tamaño, y las dos más próximas al altar, más profundas. Del retablo original solo se conserva una parte ya que la parte superior fue dañada en 1936. La pieza es de estilo barroco y está presidida por la imagen del patrón tallada y decorada. En una de las dos capillas más profundas, la del Santo Cristo, se conserva el retablo antiguo, el frontal del altar y el sagrario que se encontraban antes en el altar mayor, de madera tallada y decorada.
Hoy, este bonito conjunto luce una fachada encalada, de porte sencillo y campanario central y unos muros recios de piedra en los que destacan los llamativos contrafuertes del lado de poniente. La voluminosa casa parroquial, con tejados a dos aguas, muestra unas paredes generosamente encaladas y con una textura irregular que añaden encanto visual a su estampa ya destacable por su ubicación, en el promontorio de la finca.
En la plaza, frente a la fachada de la iglesia, se celebran eventos populares, como ball pagès y conciertos, que complementan las actividades socioculturales de Can Curt, una de las casas donantes originarias y actualmente sala de exposiciones y centro vecinal. Junto a la actividad de restauración de la también donante y vecina casa, Can Berri, conforman un espacio apacible y lleno de encanto.